Blog de Carlos López Mendoza

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Los raros - Laurent Tailhade

LAURENT TAILHADE

RARÍSIMO. Es, ni más ni menos, un poeta. Estas palabras que se han dicho respecto a él no pueden ser más exactas: «Es un supremo refinado que se entretiene con la vida como con un espectáculo eternamente imprevisto, sin más amor que el de la belleza, sin más odio que a lo vulgar y lo mediocre.»

Como poeta, como escritor, no ha tenido la notoriedad que sólo dan los éxitos de librería, los cuales desprecia el olímpico Jean Moreas, supongo que, fuera de la razón lírica, porque recibe una buena pensión de su familia de Atenas. Como hombre, raro es el que no conozca a Tailhade en el «quartier.»

Y a propósito, ¿recuerdan los lectores lo que aconteció a este otro poeta cuando el alboroto de los estudiantes, años há? No le dieron sus versos, por cierto, la fama que los garrotazos y heridas que recibió. Poco más o menos sucede ahora con Laurent Tailhade. Sus libros, que antes solamente circulaban entre un público escogido y en ediciones de subscripción, es probable que tengan hoy siquiera sea una pasajera boga; aunque su refinamiento y su aristocracia artística no serán ni podrían ser para el gran público de los indudablemente ilustres Tales y Cuales. El cómo ve la vida Laurent Tailhade, lo explica un caricaturista de esta manera: «El poeta, vestido a la griega, toca la lira admirando un hermoso caballo salvaje. Poseído del «deus», no advierte el peligro. Resultado: Orfeo recibe un par de coces que le echan fuera de la boca toda la dentadura.»

Y Castelar a su vez, hablando de la explosión que tan maltrecho dejó al lírico: «Hallábase allí entre tantos adoradores de la belleza divorciada del bien, un escritor anarquista, el amado Tailhade, quien dijo que importaba poco el crimen cometido por Vaillant, ante la hermosura de su actitud y de su gesto al despedir la bomba, sólo comparables, añado yo, al gesto y actitud de Nerón, cuando, vestido de Apolo y llevando en las manos áurea cítara tañida por sus delicados dedos, celebraba el incendio de la sacra Ilión entre las llamas que consumían la Ciudad Eterna. Pues bien, el apologista de Vaillant y su crimen estaba en el comedor cuando estalló la nueva bomba; y efecto del estallido, cayó casi deshecho en tierra, perdiendo un ojo arrancado a su rostro por los vidrios ardientes. Al sentirse así, no dijo nada el cuitadísimo de gestos y actitudes, llevóse la mano a la herida y gritó: «¡Al asesino!» Hay providencia.»

¡El «amado Tailhade», anarquista!

El gusta de los buenos olores y de las cosas bellas y poéticas. No quiso ir al último banquete de la Pluma, porque «olía a remedios.» ¿Será anarquista el que sabe como todos que, no digamos el anarquismo sino la misma democracia, huele mal?

Tengo a la vista sus «Vitraux.» Mi número es el 226 del tiraje único de quinientos ejemplares que sobre rico papel de Holanda hizo el editor Vanier. «Vitraux» es la primera parte de «Sur Champ D’Or.» La carátula está impresa a tres tintas, rojo, violeta y negro, sobre un papel apergaminado. Y la dedicatoria que escribió ese admirador de Vaillant es la siguiente:

A Madame

La Comtesse Diane de Beausaq

L. T.

Laurent Tailhade dedica a esa dama aristocrática sus versos, porque debe de ser bella, tiene un lindo nombre y el blasón es siempre bello. Y pronunció la «boutade» sobre Vaillant porque, como Castelar, se imaginó que el dinamitero había lanzado la bomba con un bello gesto. En cuanto a Nerón, era sencillamente otro poeta, muy inferior por cierto al raro de quien hoy escribo. Porque, no, no haría ni con todas las lecciones de cien Sénecas, el imperial rimador, versos a sus dioses, como estos burilados, miniados adorables versos que Tailhade ha escrito «Sur Champ D’Or» en homenaje a la religión católica... y a la mujer amada. Es un homenaje sacrílegamente artístico, si queréis; son joyas profanas adornadas con los diamantes de las custodias, labradas en el oro de los altares y de los cálices. Cierto que en los tercetos a nuestra Señora, no se muestra el resplandor sagrado de la fe que vemos en la liturgia de Verlaine; son obras inspiradas en la belleza del culto cristiano, del ritual católico.

Pero después de «Pauvre Lelian», que con fe pura y profunda y arte de insigne maestro, ha escrito prodigios de rimado amor místico, nadie ha igualado siquiera al Laurent Tailhade de los «Vitraux» en ninguna lengua, por la gracia primitiva, el sagrado vocabulario y el sentimiento de las hermosuras y magnificencias del catolicismo. Es aquí demasiado profano, es cierto, y vierte en el agua bendita un frasco de opoponax... ¿Le perdonaremos en gracia al «bello gesto?» Para escribir estos poemas ha debido recorrer los viejos himnarios, las prosas, los antiguos cantos de la iglesia; las sequencias de Notker, las de Hildegarda, las de Godeschalk y las poesías de aquel divino Hermanus Contractus que nos dejó la perla de la Salve Regina.

Laurent Tailhade es buen latinista, y ha versificado imitando a Adam de Saint-Víctor.

Ejemplo:

¡Saivi vincia! ¡fulge lemur!

Amor nunc foveamur:

Per te, virgo, virginemur.

Sus «Vitraux» son comparables a los de las antiguas catedrales. En ellos la Virgen conversa ingénuamente con el encantador serafín:

Les calcédoines, les rubis

Passementent ses longs habits

De moire antique et de tabis.

Ses cheveux souplets d’ambre vert

Glissent comme un rayón d’hiver

Sur sa cotte de menu-vair.

¡Oh! ses doigts frêles et le pur

Mystère de ses yeux d’azur

Eblouis du pardon futur!

Tremblante elle reçoit l’Ave.

Par qui le front sera lavé

De l’antique Adam réprouvé.

«Emperière au bleu pennon,

Sur le sistre et le tympanon,

Les cieux exaltent ton renom.

¡Toi de Jessé royal provin,

Pain mistique, pain sans levain,

Font scellé de l’Amour divin!

¡Toison de Gédéon! ¡Cristal

Dont le soleil oriental

N’adombre pas le feu natal...!

La letanía continúa magnífica y preciosamente encadenada. Delicado, perfumado con mirra celeste, su «Hortus Conclusus» resuena con el eco de un himno en la fiesta de la purificación:

Quia obsequentes oferunt

Ligustra et alba lilia.

Candor sed horum vincitur

Candore casti pectoris.

Siempre la Reina Virgen, la «Mère Marie» de Verlaine—¡y de todos los que sufren!—aparece radiante, vestida de sol, la Hija del Príncipe que cantó el Profeta. Todos los bálsamos de consolación brotan de ella: todos los perfumes: el del olibán, el del cinamomo, el del nardo de la Esposa del Cantar de los Cantares.

Un soneto litúrgico hay que no puedo menos que reproducir. Para él no habría traducción posible en verso castellano.

Es este:

Dans le nimbe ajouré des vierges byzantines,

Sous l’auréole et la chasuble de drap d’or

Où s’irisent les clairs saphirs du Labrador,

Je veux emprisonner vos grâces enfantines.

¡Vases myrrhins! ¡trépieds de Cumes ou d’Endor!

¡Maître-autel qu’ont fleuri les roses de matines!

Coupe lustrale des ivresses libertines,

Vos yeux sont un ciel calme ou le désir s’endort.

¡Des lis! ¡des lis! ¡des lis! ¡Oh pâleurs inhumaines!

¡Lin des etoles, chœur des froids catéchuménes!

¡Inviolable hostie oferte à nos espoirs!

Mon amour devant toi se prosterne et t’admire,

Et s’exhale, avec la vapeur der encensoirs,

Dans un parfum de nard, de cinname et de myrrhe.

Imaginaos un enamorado que fuese a las santas basílicas a arrancar los mejores adornos para decorar con ellos la casa de su querida. Podría citar exquisitas muestras de este volumen admirable; pero sería alargar mucho estas apuntaciones. He de observar, sí, algo de su poética. Hay en ella mezcla de Decadencia y de Parnaso. Algunas veces se pregunta uno: ¿es esto Banville? Prueba:

C’est un jardin orné pour les métamorphoses

Où Benserade apprend ses rondeaux aux Follets,

Où Puck avec Trilby, près des lacs violets,

Débitent des fadeurs, en adorables poses.

Y el «Menuet d’automne», es un espécime de la poética modernísima. Pero en todo se reconoce la distinción, la aristocracia espiritual y la magnífica realeza de ese «anarquista.»

Cierto es que es éste el anverso de la medalla: la faz del inmortal Apolo.

En el reverso nos encontramos con una cara conocida, ancha y risueña, con la cabeza de un bonachón y pícaro fraile que nos saluda con estas palabras: ¡Buveurs très illustres, et vous, verolés très précieux!...» Laurent Tailhade ha renovado a Rabelais en sus escasamente conocidas «Lettres de mon Ermitage.» Después, su risa hiriente y sonora se ha derramado en una profusión de baladas que le han acarreado un sinnúmero de enemigos. En este terreno es una especie de León Bloy rimador y jovial. Quisiera citar algún fragmento de las cartas o de las baladas; ¿pero cómo serán ellas cuando en las revistas que se han publicado se ven llenas de lagunas y de puntos suspensivos? Con un tono antiguo y bufonesco, burla a sus contemporáneos, empleando en sus estrofas las palabras más brutales, obscenas o escatológicas. Sus baladas son el polo opuesto de sus «Vitraux.» Esas baladas se conocieron en las noches literarias de la «Plume» u otras semejantes, y hoy pueden verse en un elegante volumen ilustrado por H. Paul. Nombres de escritores, asuntos políticos y sociales, son el tema. Ya despelleja a Peladan,

...C’est Peladan-Tueur-de Mouches...

Quand Peladan coiffé de vermicelle...,

ya pone en berlina a Loti, o a Bonnetain, o a Barres, o a Jean Moreas; ya la emprende con el senador Bérenger, de pudorosísima memoria; ya toma como blanco al burgués y alaba la terrible locura de Ravachol o de Vaillant.

Allá en el fondo de su corazón de buen poeta, hallaréis honrada nobleza, valor, bravura y un tesoro de compasión para el caído. Exactamente lo mismo que en el fulminante Bloy.

Como conferencista ha traído un escogido público a la Bodiniére. Su figura es apropiada a la elocuencia, y sus gestos son bellos, en verdad.

Hay un retrato de «Dom Juniperien»—pseudónimo suyo, en el «Mercure»—que le representa sentado en una vieja silla monástica, vestido con su hábito de religioso, la capucha caída. La frente asciende en una ebúrnea calva imponente; sobre el cuello robusto se alza la cabeza firme y enérgica; los ojos escrutadores brillan bajo el arco de las cejas; la nariz recta y noble se asienta sobre un bigote de sportman, cuyas guías aguzadas denuncian la pomada húngara. De las obscuras mangas del hábito salen las manos blancas, cuidadísimas, finas, regordetas, abaciales.

Fué de los primeros iniciadores del simbolismo. Vive en su sueño. Es raro, rarísimo. ¡Un poeta!

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