Blog de Carlos López Mendoza

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El Espectro de las Sombras

Nadie conoce mi verdadero nombre. En las sombras de la noche y en los resquicios de la ciudad, soy simplemente el espectro, el susurro en la oscuridad, la figura que se desvanece antes de que puedan atraparme con sus preguntas indiscretas. Para algunos, soy un enigma, para otros, una leyenda urbana que circula entre susurros y miradas furtivas.

Mi historia es la de aquellos que prefieren habitar en los márgenes, donde la luz apenas alcanza a rozar, y las verdades se ocultan tras un velo de misterio. Nací en las callejuelas olvidadas, entre el eco de las risas que se desvanecían en la niebla de la madrugada. Mis padres, si es que pueden llamarse así a aquellos que me dejaron a la deriva, nunca pronunciaron mi nombre con amor o cuidado. Para ellos, yo era simplemente una carga, un recordatorio constante de sus propias miserias.

Desde joven aprendí a moverme en las sombras, a esquivar miradas inquisitivas y a desaparecer en los callejones cuando la necesidad así lo exigía. No había lugar para la inocencia en este mundo de concreto y acero, donde cada paso podía ser el último si uno no estaba lo suficientemente atento. Con el tiempo, fui forjando mi propio camino, encontrando refugio en los rincones más oscuros de la ciudad, donde las reglas eran tan difusas como las sombras que me abrazaban.

Me convertí en un fantasma para los que caminaban por las calles iluminadas por farolas parpadeantes. Pasaba desapercibido entre la multitud, un rostro más en la maraña de rostros cansados y desesperados. Pero en las profundidades de la noche, cuando el bullicio se desvanecía y la ciudad caía en un sueño inquieto, yo emergía de las sombras para desempeñar mi papel en el teatro de los olvidados.

Algunos me buscaban por razones que nunca entendería: deudas impagas, secretos oscuros o simplemente la promesa de una venganza efímera. Para ellos, yo era el instrumento de su destino, el silencioso ejecutor de sus deseos más oscuros. Pero ninguno de ellos conocía mi verdadero nombre, ni lo necesitaban. Para ellos, yo era simplemente el espectro, el eco de sus propias tragedias personificadas en carne y hueso.

Y así sigo vagando por las calles oscuras, en busca de un propósito que nunca llega a materializarse por completo. Nadie conoce mi verdadero nombre, y quizás eso sea lo mejor. En un mundo donde las identidades se desvanecen tan fácilmente como las luces de la ciudad al amanecer, ser el espectro es mi única certeza.

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