No siento remordimiento por lo que pasó. Quizás debería, pero las circunstancias me empujaron a tomar decisiones que no habría tomado en condiciones normales. Recuerdo aquel día como si fuera ayer, el sol se ocultaba lentamente en el horizonte mientras el viento mecía suavemente los árboles. Todo parecía tranquilo, pero en mi interior, una tormenta rugía con furia.
Había estado atrapado en un callejón sin salida durante meses, enfrentando problemas que parecían no tener solución. Las deudas me asfixiaban, las responsabilidades pesaban sobre mis hombros como una losa. Intenté todas las vías legales para salir adelante, pero nada parecía funcionar. Hasta que llegó esa oferta, una oportunidad que prometía sacarme del abismo en el que me encontraba.
No era precisamente algo lícito, pero la tentación era demasiado grande. Un golpe rápido, limpio, sin violencia. Solo necesitaba hacer un pequeño favor a cambio de una suma que resolvería todos mis problemas. Me sumergí en la oscuridad de la noche, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, pero también con una determinación férrea.
No hubo arrepentimiento en el momento de ejecutar el plan. Todo salió según lo previsto, como si el destino mismo estuviera de mi lado. Sin embargo, a medida que pasaban los días, una sensación de pesar comenzó a instalarse en mi interior. No por lo que había hecho, sino por las implicaciones de mis acciones.
Las noticias no tardaron en difundirse, y con ellas, la sombra de la culpa se hizo más densa. Personas inocentes se vieron afectadas por mis decisiones, familias enteras arrastradas por el torbellino que desaté. ¿Cómo podría vivir con eso en mi conciencia?
A veces, me pregunto si habría podido encontrar otra salida, una opción que no implicara dañar a otros. Pero en el fragor de la desesperación, las opciones se reducen a meras sombras, y uno termina por aferrarse a cualquier rayo de esperanza, por tenue que sea.
No siento remordimiento por lo que pasó, pero tampoco puedo ignorar el peso de mis acciones. Quizás algún día encuentre la redención, o tal vez solo quede sumergido en un mar de arrepentimiento. Solo el tiempo lo dirá.