Estuvo despierto casi toda la noche, con los ojos fijos en el techo, mientras su mente jugaba un juego de ajedrez interminable consigo misma. El reloj en la mesita de noche marcaba cada segundo que pasaba, resonando como un eco constante en la habitación vacía. Afuera, la lluvia golpeaba contra las ventanas, añadiendo una banda sonora melancólica a sus pensamientos.
Repasaba una y otra vez los eventos del día anterior, desentrañando cada palabra dicha y cada acción tomada. Había algo que no encajaba, algo que lo mantenía inquieto, pero no podía poner el dedo en ello. Se sentía atrapado en un laberinto de dudas y preocupaciones, incapaz de encontrar la salida.
El silencio de la noche era abrumador, solo interrumpido por el ocasional crujido de la madera de la casa mientras el viento soplaba con fuerza. Cerró los ojos con fuerza, intentando encontrar algo de paz en la oscuridad detrás de sus párpados, pero solo encontraba más preguntas y ansiedad.
Finalmente, al amanecer, se levantó con una sensación de cansancio profundo y una mente aún más confundida que la noche anterior. Decidió que no podía seguir así, que necesitaba respuestas, claridad. Con paso firme, se preparó para enfrentar lo que sea que estuviera causando su insomnio y enfrentar el día con determinación.