"No tengas miedo", susurró Sarah mientras abrazaba a su hijo Danny frente a la imponente casa nueva que ahora llamarían hogar. Las cajas estaban apiladas a su alrededor, testigos mudos de la vida que dejaban atrás.
Danny, un niño de diez años con grandes ojos azules llenos de incertidumbre, se aferraba a su madre como si fuera su única certeza en medio de un mar de dudas. El traslado a esta nueva ciudad había sido abrupto, una decisión necesaria después del divorcio de sus padres. Para Danny, significaba dejar atrás amigos, escuela y todo lo que conocía como su vida.
"¿Crees que me gustará aquí, mamá?", preguntó Danny, su voz apenas un susurro tembloroso.
Sarah sonrió, aunque sus ojos reflejaban la misma ansiedad que los de su hijo. "Creo que sí, cariño. Es un nuevo comienzo para nosotros. Y siempre estaremos juntos, pase lo que pase".
Con el corazón lleno de esperanza, Sarah y Danny entraron en su nueva casa, lista para enfrentar los desafíos que les deparaba esta nueva etapa de sus vidas.
Los días pasaron lentamente mientras Sarah buscaba trabajo y Danny se adaptaba a su nueva escuela. Cada noche, madre e hijo compartían sus miedos y esperanzas, reconfortándose mutuamente con la promesa de que juntos podrían superar cualquier obstáculo.
Sin embargo, para Danny, la adaptación resultaba más difícil de lo que había imaginado. Se sentía solo en su salón de clases, rodeado de extraños que lo miraban con curiosidad. Las risas y los juegos en el parque habían sido reemplazados por largas horas de silencio en su habitación, mirando por la ventana hacia un vecindario que aún no sentía como propio.
Una tarde, después de otro día difícil en la escuela, Danny regresó a casa con los hombros caídos y los ojos llenos de lágrimas contenidas. Sarah lo recibió con un abrazo cálido y un plato de galletas recién horneadas, pero incluso el dulce aroma no pudo disipar la nube de tristeza que envolvía a su hijo.
"¿Qué pasa, Danny?" preguntó Sarah con suavidad, acariciando el cabello rubio de su hijo.
Danny se aferró a su madre con fuerza, dejando escapar un sollozo ahogado. "No tengo amigos aquí, mamá. Extraño a papá. Extraño nuestra antigua casa".
El corazón de Sarah se rompió al ver a su hijo sufrir, pero sabía que no podía permitir que la tristeza los consumiera. Con voz firme pero compasiva, Sarah secó las lágrimas de Danny y lo miró a los ojos.
"No tengas miedo, Danny", dijo con determinación. "Estamos juntos en esto. Puede que todo parezca aterrador ahora, pero cada día es una nueva oportunidad para encontrar la felicidad. Y mientras estemos juntos, podemos superar cualquier cosa".
Las palabras de su madre resonaron en el corazón de Danny, llenándolo de un renovado sentido de esperanza. Sabía que no sería fácil, pero con el amor y el apoyo de su madre, estaba dispuesto a enfrentar los desafíos que les esperaban en su nuevo hogar.
Con la promesa de un mañana mejor brillando en sus corazones, Sarah y Danny se abrazaron con fuerza, listos para enfrentar juntos lo que el futuro les deparaba. En medio de la oscuridad de lo desconocido, encontraron la luz el uno en el otro, forjando un lazo indestructible que les daría fuerzas para seguir adelante, sin importar qué obstáculos se interpusieran en su camino.